Heraldo de Soria retrata la vida diaria del misionero soriano Emilio José Almajano

Mamás que preparan comida o buñuelos para vender, gente que pica piedras para vender, niñas empleadas de hogar por salarios de miseria y, en medio de todo eso, gente que dispone de medios, generalmente ricos comerciantes. Un barrio que tiene asfaltada sólo la mitad de una calle, y donde no hay aguas sucias (en toda la ciudad), ni alumbrado público. Es la imagen de Maroua, la ciudad de Camerún donde vive el soriano Emilio José Almajano.

Sacerdote misionero, salió de Soria en octubre de 2005 tras ejercer varios años en la provincia. «Después de casi diez años por las tierras del Moncayo, sentí la necesidad de cambiar. El año 2001 había hecho una experiencia de dos meses justamente aquí mismo -en Maroua-. Un gusanillo me empujaba a ir a eso que llamaban ‘las misiones’, pero a la vez experimentaba una fuerte resistencia que podríamos llamar ‘física’: miedo por la salud sobre todo. Así que supongo que lo que me empujó a dar el salto fue el Espíritu Santo, que nos empuja siempre a ir más allá de nosotros mismos», indica sobre el origen de su experiencia.

Han pasado ya «cuatro años y algún mes» desde que partió para asumir el mando de la misión que hay en el barrio donde vive, un barrio nuevo donde convive gente de trece etnias y diferentes religiones. Su labor allí consiste en «anunciar a Jesús como camino, verdad y vida, como liberador». «Eso que se dice así tan fácil conlleva un montón de cosas: aprender la lengua de la gente con la que estoy para poder comunicarme, aprender de su vida, sus costumbres, su manera de pensar y de vivir, su religión…», explica este soriano. «Intentamos establecer un diálogo, poner en valor los elementos positivos de la tradición que encontramos y poner en cuestión los negativos», añade. Otra tarea importante es la de «crear conciencia de comunidad, e interesarlos por los problemas de los más débiles y del barrio».

Aunque tiene claro que le gustaría volver en el futuro a Soria ya que «cuando vine aquí no vine con una decisión de por vida», asegura, por el momento vive su experiencia en Camerún tras adaptarse a un país completamente diferente. «Lo que más choca cuando se viene aquí es la pobreza, tanta que parece difícil vivir aquí», relata. «El salario mínimo es de 43,5 euros al mes, pero hay gente que trabaja por mucho menos. La asociación de padres de una escuela puede contratar a un maestro por unos 23 euros al mes y, si nos metemos ya en el servicio doméstico no hay palabras para calificar los salarios que se pagan. No llega a los cinco euros al mes lo que se les abona a las niñas que trabajan en las casas para lavar los cacharros, llevar agua del pozo a casa…», añade. A esto se suma además la corrupción, «una lacra que pesa fuertemente en la vida diaria de la gente y que impide al país avanzar hacia adelante».

«La mayor parte de la gente aquí está en lo que se llama economía de subsistencia, se gana lo justo para vivir. Una enfermedad puede ser toda una catástrofe, más teniendo en cuenta que no hay Seguridad Social», comenta este soriano sobre la realidad en la que vive. A pesar de ello, destaca, «a medida que pasa el tiempo es fácil darse cuenta de la riqueza de esta gente». «Es una riqueza de otros valores. Aquí las relaciones son algo muy importante, más que entre nosotros, y son grandes conversadores. Tienen su sabiduría popular, su lógica, su manera de afrontar los problemas… Tienen sus tradiciones, sus costumbres… Junto a sus problemas y dificultades tienen sus momentos de grandes alegrías», insiste. Seguido, añade, «a mí me gusta decir que aquí la vida se vive a chorro y sin calmantes: tanto las desgracias como las alegrías».

«Aquí han pasado de la edad de piedra a la edad de la tecnología de un brinco y se han saltado todo lo que hay en medio: agua potable, escuela, luz en casa, salud…», indica sorprendido Almajano, quien explica que «una persona que cultiva el sorgo y lo hace con los métodos de toda la vida de aquí, azada en mano y sin animales, tiene teléfono móvil. En su casa no hay luz, en el pueblo tampoco, pero aprovechan cuando van a otro sitio donde hay luz para enchufar el teléfono en cualquier parte y cargarlo. Beben el agua en condiciones insalubres, no tienen medios para ir al hospital cuando caen enfermos, intentan curarse con los remedios tradicionales, incluso puede que tengan los hijos sin escolarizar -más probablemente hijas-, pero escuchan en la radio las mismas noticias que tú y yo seguimos cada día», concluye.

Tras cuatro años de estancia en Camerún, y con la mirada puesta en el regreso, este soriano en la distancia asegura, «la desventaja más grande para mí es estar lejos de mi familia y de mis amigos». A pesar de ello, disfruta del momento ya que «vivir aquí me ayuda a vivir situaciones que son impensables en Soria y que, sin embargo, forman parte de nuestro mundo».

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