El seminarista en etapa de pastoral Pedro Luis Andaluz Andrés recibirá el sagrado Orden del diaconado el próximo lunes, 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, a las 5 de la tarde en una solemne celebración eucarística que presidirá en la S. I. Concatedral de San Pedro (Soria) el Obispo de Osma-Soria, Mons. Gerardo Melgar Viciosa.
Entrevista
1. Pedro, háblanos acerca de cómo descubriste la llamada al sacerdocio.
Mi vocación es fruto de un proceso de continua fidelidad a la llamada personal con la que el Señor me dice que lo siga. No hay un momento concreto en que pueda decir que el Señor me llamara; más bien, sentí esa llamada y así la he ido madurando a lo largo de los años. Recuerdo cómo, de niño, me atraía la figura del sacerdote de mi pueblo y, con pocos años, decía que quería ser como él. Con el transcurrir de los años, pensando que esto ya había pasado y que era «cosa de niños», ingresé en el Seminario buscando solamente sacar adelante unos estudios aunque me volví a encontrar con esta interpelación que Él me hacía: «Sacerdote, ¿por qué no?».
Recuerdo que me resistía a aceptar esto. Pensaba que no era para mí, que era algo que me quedaba demasiado grande, que no se podía fijar en alguien como yo; en fin, respuestas fruto del temor a no saber corresponder a tan gran llamada. Los años pasaron y fui descubriendo que Él seguía insistiéndome en que había de ser todo y solamente para Él. Esto lo descubría en los momentos de oración y de trato con los demás, especialmente dialogando con quienes mejor me conocían.
Recuerdo una anécdota ocurrida cuando tenía 17 años: sin buscarlo ni pretender tal acción, me sorprendí mirando las palmas de mis manos y, al mismo tiempo, surgió el pensamiento de que esas manos, de que yo, sería solamente para Él, fuera donde fuere. Y ahora, por fin, me consagro totalmente a Él en el servicio a su Iglesia.
2. ¿Y la experiencia de tus años en el Seminario? ¿cómo ha sido?
Ha sido una experiencia muy bonita. Recuerdo con mucho cariño los años vividos en el Seminario Menor; ahora, echando la mirada hacia atrás, he de dar infinitas gracias a Dios por ellos, por esos años pasados allí y por las personas que encontré en ese caminar. Fue una experiencia en la que conocí a jóvenes de otros lugares, al tiempo que aprovechaba más o menos el tiempo de estudio. Esos años fueron especialmente años de crecimiento como persona y como cristiano. También hubo algunos resbalones y caídas pero el Señor se sirvió de todos ellos para darme lecciones de vida en cada momento y ayudarme a crecer.
En el Seminario Mayor la experiencia ha sido distinta. Ha sido el momento de entablar una relación más íntima, más seria, más personal con el Señor. Ha sido, por así decirlo, como el período de noviazgo. Y así he intentado vivirlo. En estos últimos años ha habido momentos de todo tipo pero, saber que estaba ahí porque había sido llamado por el Señor para estar con Él y ser enviado, me ha ayudado a vivir los acontecimientos de otra manera, desde otra óptica. De esta época me llevo grandes hermanos y amigos con los que he podido compartir experiencias similares fruto de seguir al mismo Señor que nos llamaba y llama para la misma misión.
3. El día de la Inmaculada serás ordenado diácono ¿cómo estás a muy pocos días de tu Ordenación?
Estos días previos, preparativos aparte, los estoy viviendo con mucha alegría e ilusión aunque he de reconocer que con asombro y nervios ante la llamada tan grande e importante que la Iglesia me hace y que yo acepto confiado plenamente en el Señor. Intento vivir día a día al máximo, intensificando los momentos de oración y de preparación para llegar espiritualmente bien pertrechado a la Ordenación.
4. Desde septiembre estás viviendo la etapa de pastoral en la parroquia de Ólvega ¿cómo han sido estos meses?
La etapa de pastoral vivida plenamente, las 24 horas de cada día de la semana, es una experiencia que ayuda a conocer más de cerca las distintas realidades existentes en la parroquia en que cada uno está destinado pero, sobre todo, es una etapa muy favorable para ir viviendo (sin serlo todavía) la vida presbiteral. Desde la mañana hasta la noche, el ritmo de vida es el propio de un sacerdote: oración personal, trato con las personas, catequesis, formación, estudio, servicio, etc.
Pero la experiencia más asombrosa es la oportunidad de amar cada día, de forma concreta, a tantos hermanos que se acercan en los cuales está Jesús mismo solicitando, entre otras muchas cosas, tu cariño, tu comprensión, tu ayuda o tu consejo espiritual. Así lo intento vivir, de forma concreta, con los transeúntes que se acercan a la parroquia, p. e.; veo en ellos el rostro de Jesús abandonado y, por eso, la forma de mirar y de tratar a esos hermanos es totalmente distinta: en ellos estás amando a Dios mismo y ellos perciben ese Amor profundo.
5. Finalmente, Pedro, ¿qué dirías a los jóvenes que se plantean la vocación al sacerdocio ordenado?
Desde mi experiencia, les digo que no tengan miedo, que sean valientes y que respondan con generosidad a la llamada personal que el Señor les hace; que se sientan elegidos por Cristo, que es el Todo y la Fuente de la verdadera alegría.
Carta desde el corazón
Querido Pedro:
En estos momentos en los que las malas noticias suelen ser las más frecuentes, tu Ordenación de diácono es, para todos los que formamos nuestra Iglesia de Osma-Soria, una hermosa y gran alegría que nos impulsa, una vez más, a dar muchas gracias a Dios «que comenzó en ti la obra buena» y Él mismo la llevará a término.
Dios nos sigue amando y llamando; en tu caso, el Señor ha encontrado respuesta de fidelidad y de amor. Tu respuesta joven, alegre y comprometida es para nosotros un aire limpio y fresco que sopla hoy en nuestra Iglesia y nos llega al corazón. Todos nos alegramos por tu sí valiente, especialmente los presbíteros y el Obispo, y por tu deseo de consagrarte a Dios y de imitar a Jesús en la entrega, en el servicio y en el amor a la Iglesia y a los hermanos.
En tu invitación hemos leído que has escogido como lema de tu Ordenación «siervo vuestro por amor» (2Cor 4, 5); también hemos visto el lavatorio de los piesy las sandalias del pescador y mensajero que anuncia el Evangelio. ¡Cuánto nos alegra sentir que con la Ordenación de diácono das un paso decisivo en tu configuración con Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, en tu servicio a la Iglesia: en la caridad, en la liturgia y en la proclamación de la Palabra! Vivimos en una Iglesia «en salida» y «misionera» donde cabemos todos pero cuya preferencia son los pobres. ¡Que nunca te falte, Pedro, el ardor para anunciar la «alegría del Evangelio» y que tu corazón, como el de Dios, tenga un sitio preferencial para nuestros pobres!
¡Felicidades, Pedro! Que el Señor siga derramando su amor infinito y su gracia sobre ti; quiera Él que te encuentres entre nosotros como un verdadero hermano para trabajar juntos en la viña del Señor, al servicio de Dios y de la Iglesia. Cuenta siempre con nuestro apoyo y nuestra oración.
Manuel Peñalba Zayas
Delegado episcopal del clero
Una reflexión sobre el diaconado
En dos pasajes del Nuevo Testamento se menciona explícitamente el ministerio eclesiástico del diaconado (Flp 1, 1; 1 Tim 3, 8-13). El quehacer de los diáconos aparece en estos textos subordinado siempre al de los Obispos y presbíteros. Hay que destacar también otro texto que es interpretado, por una larga tradición, como el primer testimonio de la institución del diaconado (Hch 6, 1-6). El beato Pablo VI agrupó en tres aspectos los servicios vinculados a los diáconos: el cumplimiento de las obras de caridad, la celebración de los ritos sagrados y la práctica de las funciones pastorales. En este sentido, el Concilio Vaticano II habla del «servicio en el ministerio de la liturgia, de la Palabra y de la caridad» (cf. LG 29).
Pero, ¿qué significa ser diácono?, ¿qué significa este servicio en la Iglesia? San Hipólito de Roma lo describe cuando dice que, en relación al diácono, sólo el Obispo le impone las manos porque es «ordenado no para el sacerdocio sino para el ministerio». Esto significa que el espíritu de servicio debe considerarse como la virtud propia del diácono, la disposición que ha de afectar a toda su manera de pensar y obrar, de tal modo que el diácono debe hacer del servicio su sentimiento más íntimo y su voluntad más decidida.
¿De qué tipo de «servicio» hablamos? De un servicio en favor de todo el Pueblo de Dios, en íntima comunión con el Obispo y su presbiterio. Un documento antiguo estimula a los diáconos con estas palabras: «Si el Señor de cielo y tierra se hizo siervo y sufrió pacientemente toda clase de dolores por nosotros, ¿no debemos nosotros hacer lo mismo por nuestros hermanos, desde el momento que somos los imitadores de Cristo y hemos recibido la misma misión?» (Didascalia Apostolorum).Y la plegaria de Ordenación describe de este modo el «estilo» del nuevo diácono: «Que resplandezca en él un estilo de vida evangélica, un amor sincero, solicitud por pobres y enfermos, una autoridad discreta, una pureza sin tacha y una observancia de sus obligaciones espirituales».
Pedro Ignacio Utrilla Soria
Delegado episcopal de pastoral universitaria