Reelegido el abad de Santa María de Huerta

Me piden comparta algo con los miembros de nuestra Iglesia diocesana con motivo de mi reelección abacial, lo que hago con gusto como gesto de comunión. La palabra «abad» significa padre. Desde antiguo ha habido cristianos que se apartaban a lugares más solitarios para vivir comunitariamente una vida de mayor oración, contemplando la Palabra de Dios e intentando dejarse transformar por ella, en una vida fraterna de gran sencillez. Es un trabajo personal que tiene muy presente a la Iglesia, pues si un miembro está bien, el cuerpo se beneficia. Además, los monasterios siempre han estado abiertos a todos los que desean compartir su oración, que es la oración de la Iglesia. Si no existieran habría que inventarlos pues necesitamos puntos de referencia gratuitos de la presencia de Dios.

Esas comunidades monásticas eligen a un hermano de entre ellos para que sea su abad. La misión del abad es ser padre, maestro y doctor: padre en cuanto creador de unidad de amor entre los hermanos, acompañando a todos y a cada uno en sus necesidades, trasmitiéndoles la bondad y la benevolencia de Cristo; maestro al desmenuzar la Palabra de Dios en el día a día de la comunidad, discerniendo -junto con sus hermanos- lo que Dios pueda estar pidiendo en cada momento, y dejándose guiar siempre por el Espíritu; y doctor en cuanto que debe ayudar a los hermanos a sanar sus heridas viviendo en la verdad, la reconciliación y el perdón mutuo. Además es el responsable último de la administración.

El abad no es un superhombre, simplemente trata de desempeñar la obra que se le ha encomendado con sus limitaciones, sabiendo que es el Espíritu del Señor el que va construyendo la comunidad y moviendo los corazones de cada uno. Nuestras fragilidades no son tan importantes. La fuerza de Dios es quien cohesiona la comunidad y nos mantiene en el camino emprendido. Basta con vivir en humildad para que la gracia de Dios se desborde. Vivida con una actitud de servicio, la labor abacial se hace más llevadera, sabiendo que a nosotros nos toca trabajar pero que es Otro quien hace crecer y quien da el fruto. Cuando hacemos lo que está a nuestro alcance -el trabajo- sin preocuparnos de lo que no está -los frutos-, la vida se hace más sencilla. Todo se reduce a un abrirse al plan de Dios en la vida de cada uno. Esto es lo verdaderamente importante.

A lo largo de la historia, el abad casi siempre ha sido elegido por sus propios hermanos. La elección debe ser por mayoría absoluta pues en caso contrario no sería nombrado abad. Normalmente el abad era elegido por tiempo indefinido pero en diversas épocas fue por períodos determinados. En la actualidad a nosotros se nos deja elegir previamente si queremos un abad por tiempo indefinido o por seis años. Nuestra comunidad viene optando que sea elegido por seis años aunque puede ser reelegido. En mi caso éste sería mi cuarto sexenio; pero esto no es lo verdaderamente importante sino el responder con entrega generosa a la llamada de Dios a través de la comunidad. Nosotros no somos más que servidores del plan de Dios en la Iglesia.

¿Cómo me encuentro? Pues igual de bien que si fuera el cocinero, el portero o el lavandero de la comunidad. Ciertamente que el servicio de abad te exige casi todo el tiempo pero para nosotros lo importante no es tener tiempo para hacer cosas sino ser lo que estamos llamados a ser en el tiempo que se nos da.

Dom Isidoro Mª Anguita Fontecha

Abad de Santa María de Huerta

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