Doroteo Hernández Vera fue un sacerdote que fundó en Cantabria, en plena Guerra Civil española, el Instituto Secular de la Cruzada Evangélica y fue canónigo de la Catedral de Santander durante 62 años. Su vida sobresalió por su carácter humilde y por el rendimiento que supo sacar de su ministerio en favor de los necesitados. La fundación de la Cruzada Evangélica fue en unos momentos muy difíciles para la población civil, en 1937, en plena contienda. Eran tiempos duros para las clases más necesitadas y Hernández Vera enfocó toda su energía en ayudarles.
En 1942, a raíz del incendio de la ciudad de Santander, muchos niños de familias económicamente débiles, que habían perdido sus casas y algunos de los pocos colegios existentes, dejaban sus mejores años en las calles. Preocupado por esto D. Doroteo promovió la apertura de dos escuelas que atendieran a estos niños. Así comienzan, en la calle del Arcillero, pagando de su pobre bolsillo de sacerdote los gastos de aquella incipiente escuela.
Doroteo Hernández Vera nació en Matute de Almazán (Soria) el 28 de marzo de 1901 en una familia humilde, hijo de Santiago Hernández y Juana Vera. Su padre era guarda de coto y natural de Matamala de Almazán. Por falta de medios económicos, tuvo dificultades hasta para poder llegar a ser sacerdote. Su vida prácticamente estuvo vinculada a Cantabria donde perteneció al clero de la Catedral de Santander por oposición desde 1929 hasta su fallecimiento en 1991: 62 años de servicio. Durante la Guerra Civil española estuvo preso en 1937.
En Santander su labor fue muy fecunda pero no limitó su dedicación a la capital cántabra: después de la Guerra, viendo cómo había quedado toda España, quiso fundar varios colegios y residencias. En Santander, multiplicó su ministerio en la Institución Teresiana, con los jóvenes de Acción Católica y en barriadas obreras como la de Cajo. Además fue capellán de la prisión provincial, asesor de sindicatos, predicador, misionero popular y colaborador religioso de El Diario Montañés. Pero además, fuera de Cantabria, fundó colegios para la gente sin recursos, la casa para madres solteras en Salamanca que acogía a madres que habían quedado embarazadas y por algún motivo no tienen una ayuda, la guardería de Madrid y otra casa en Sevilla. Puso en marcha el Albergue de la Merced para reclusas y, posteriormente, la Obra Social Asunción Sánchez en Coslada (Madrid). En su trabajo en favor de la caridad figura la apertura de guarderías, dispensarios y hogares de ancianos y su campo de actividad lo culmina creando misiones en Bolivia, Perú y Zaire.
Murió en Coslada el 6 de noviembre de 1991. Sus restos descansan en la capilla del Centro «Asunción Sánchez» de Coslada. El 12 de junio de 2004 se llevó a cabo la clausura del Proceso diocesano de la Causa de Canonización del Siervo de Dios Doroteo Hernández Vera.
Carta desde la prisión
Estas líneas, que os escribo con mala pluma y sin más mesa que mis rodillas que desde hace meses no han podido doblarse para adorar al Señor, van encaminadas a recordaros el deber en que estáis de vivir vida interior, vida de fe, vida santa, de seguir a Cristo ahora que tantos se avergüenzan de Él, de vivir abandonadas a la voluntad de Cristo.
Vivid vida interior, es decir, no os entreguéis a lo exterior de manera que quede vacío el espíritu; recordar que «solo una cosa es necesaria»: que deis al cuidado de lo material algún cuidado, porque es un deber, pero no poniendo en ello todo el afán […]. Llevar vida interior es pensar en Cristo, vivir con Él como se vive con un amigo; buscar a Jesús en todos nuestros actos; en su grado más perfecto es vivir solos con Jesús, aunque estemos rodeados de multitudes. El enemigo de esta vida es la disipación, con sus secuelas de impaciencia, orgullo y egoísmos. Evitar éstos es fomentar esa vida. La vida de fe hace mirar a Dios y a su Providencia en todo. Ver en todas las cosas y acontecimientos a Dios. Esto es la vida de fe. Quien no lo ve así se inquieta por todo, porque sólo ve al modo de los que no usan la razón, con los ojos de la carne. Veamos a Dios que ordena nuestra vida para que le sirvamos, no para servirnos y que todos nos sirvan.
Vida santa. «Haec est voluntas Dei, sanctificatio vestra», «ésta es la voluntad de Dios, vuestra propia santificación». Podremos tener nosotros otra voluntad, vivir para alegrarnos, para darnos todas las posibles satisfacciones, para dominar a los demás… Pero esta voluntad nuestra no será la de Dios que debe absorber la nuestra. Ser santos: he aquí el ideal. Que es no pecar en nada, que es buscar lo más perfecto en todo, que es adornarse de virtudes y desarraigar defectos, naturales y adquiridos. Nos falta mucho para ser santos pero ¿lo deseamos de veras, eficazmente, con todas las consecuencias, sin distingos ni regateos? ¿O tal vez nos contentamos, como supremo ideal, con ser buenos con esa bondad corriente que tan poco diferencia nuestra vida de la vida de un ateo algo decente? No; hemos de serlo como lo eran los primeros cristianos, con la santidad que radica en la pureza e inocencia acrisolada del corazón, que edifica y atrae almas a Cristo, al revés de la corriente que tantas ha apartado de Él y de nosotros. Precepto, ruego que os hago, y que deseo ser el primero e cumplir: «Non peccatis» «No pequéis». Vivid vida santa, con santidad positiva, de obras y virtudes, no de solas palabras, o de solos deseos.
Seguir a Cristo: En estas circunstancias es más meritorio. Pero sigámosle como Él va, con cruz, corona de espinas, clavos, pasión, tal vez muerte; Él lo dirá. San Pablo decía: «No me glorío de saber otra cosa que a Jesucristo y a Éste crucificado». Prefiramos así seguir a Cristo, camino de la cruz, no camino del Tabor sino del Calvario, que en aquello hay egoísmo espiritual semejante al de San Pedro. En el seguirle como Juan, como la Magdalena, como la Santísima Virgen al Calvario, no cabe sino amor abnegado, mortificado, crucificado en la misma cruz con Cristo. En privado y en público, entre católicos y no católicos, cuando agrade o desagrade, siempre y con todas las consecuencias sigamos a Cristo. No nos avergoncemos de Él, ni de su cruz, ni de su pobreza, ni de sus afrentas y escarnios. Todo esto por ser de Él es de infinito valor.
Propósitos: Huir de todo respeto humano y amar la cruz. Consolar a Cristo de tanto abandono y disimulo, de tanto pecado, aun de los buenos.
Como consecuencia vivir abandonados a la voluntad de Cristo. Renunciar a todo lo que envuelva propia voluntad. Vivir buscando lo que más agrade a Él, aunque sea lo que más nos desagrade. Abandonarnos es entregarnos en cuerpo y alma a Él, como hijos, como almas esposas, como siervos, como esclavos. Es costoso al principio, pero es sumamente útil al alma. Hasta consolador. Seamos de Cristo sin reserva alguna, propiedad suya sin regateo alguno.
Ésta es la voluntad de Dios y éste el ruego que os hago: Sed de Dios. No me compadezcáis, envidiadme. Sólo siento no poder hacer nada por las almas, sino ofrecer mis pocas privaciones. A cambio de ellas me da el Señor una gran felicidad y más contento del merecido. Mis buenas hermanas son mi única preocupación. Por mí no se preocupen para nada. La Providencia me ha salvado y me salvará de todo mal.
En Cristo os dejo; a Cristo os encomiendo; con Cristo os bendigo + deseándoos santidad. Doroteo.
Oración para pedir la intercesión
Señor Dios nuestro, que infundiste en tu Siervo Doroteo Hernández Vera, sacerdote y fundador de la Cruzada Evangélica, el ideal de hacer llegar tu amor a los ambientes más difíciles y necesitados del anuncio del Evangelio: te suplicamos la pronta Beatificación de tu siervo Doroteo y que, por su intención, nos concedas la gracia que con filial confianza te pedimos (pídase la gracia que se desea alcanzar) si es para mayor gloria tuya y bien nuestro. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen. (Padrenuestro, Avemaría, y Gloria)