Crónica de la peregrinación diocesana a Tierra Santa

Inicio la crónica de mi peregrinar a Tierra Santa con las palabras que escuché a D. Fausto, sacerdote, que viajó también a la tierra de Cristo: «ahora, como el anciano Simeón, ya puedes dejar a tu siervo irse en paz». Eran las 6.30 h. del 20 de marzo de 2014 cuando iniciábamos el viaje hacia Madrid; en el autobús, D. Tomas, sacerdote y director de la peregrinación, nos leyó una carta de nuestro Obispo en el que nos animaba a vivir esta experiencia de fe profunda sabiendo que toda la Diócesis nos acompañaba (durante la peregrinación por los santos lugares, nuestro prelado ha estado pendiente de nosotros).

Llegamos a Tel Aviv y nos encaminábamos a pasar los controles y sellado de pasaportes cuando observo a un grupo de judíos orando y girando la cabeza de un lado a otro, con sus filacterias y largos rizos en el pelo; acto seguido me acordé de las palabras de Jesús: «tú, cuando reces, entra en tu cuarto y ora a tu Padre». Fue en ese momento cuando caí en la cuenta de que me encontraba en Tierra Santa y que allí se realizó la historia de salvación, en ese pequeño país que es Israel, junto a sus vecinos Líbano, Irak, Jordania y Egipto. Durante el viaje a Tiberia el P. Roberto, pasionista y guía de la peregrinación, nos fue situando en el lugar que estábamos y lo que pretendía ser la peregrinación. Igualmente, al ver a los judíos orando y con esa forma de vestir que llaman la atención, me acordé del beato Juan Pablo II cuando, en una vista a Israel, los llamó nuestros hermanos mayores. Es verdad porque de su linaje nos nació la salvación.

¡Qué maravilla visitar los santos lugares! Entre otros, otear y estar en el lago de Tiberiades, el Monte de las Bienaventuranzas, Cafarnaúm, Tabga (lugar de la multiplicación de los panes y los peces), el Primado, Caná de Galilea donde renovamos nuestro «sí» en el Sacramento del matrimonio, Nazaret, Haifa, Belén, Jericó, el rio Jordán, el Mar Muerto, el desierto de Judea, Betania y, como broche de oro, Jerusalén con el cenáculo donde los sacerdotes renovaron sus promesas; anduvimos, entre otras, por la Vía Dolorosa, Calvario y Santo Sepulcro que es la meta de la peregrinación. Ahora, digo ahora, es cuando entiendo la Escritura y sitúo cada lugar en su justo orden; es más, cuando rezo con los salmos y escucho Jerusalén, me remonto a aquel lugar y disfruto más todavía saboreando mentalmente esa ciudad santa que acabo de visitar, el lugar santo por excelencia, donde Jesús les echó en cara su incredulidad por no saber reconocer el tiempo de su venida.

Sigo dando gracias cada día al Señor por concedernos a estos treinta y ocho peregrinos este viaje a su tierra; ya me dijo un carmelita que fuese con fe y así lo he llevado pues no se entienden estos lugares sin el don inestimable de la fe. Desde que decidimos ir nos fuimos preparando espiritualmente para este acontecimiento de gracia.

Las celebraciones eucarísticas presididas por nuestros sacerdotes y las reflexiones que nos daba el P. Roberto encendían el espíritu de todos los peregrinos. Cada uno ha tenido su momento y en sus rostros se reflejaba: por ejemplo, cuando fuimos a besar en Belén el lugar donde nació Cristo, una peregrina de nuestro grupo iba rezando el Ave María; al escucharla me entró un escalofrío. ¡Y cómo no mencionar el momento de visitar el Santo Sepulcro y encontrar la tumba vacía! Son un sinfín de emociones y sensaciones que no puedo explicar en estas líneas; solo sé que estoy muy agradecido al Señor porque me ha llevado a través de la Diócesis a su país para que conociese los lugares donde Él estuvo y nos trajo la salvación. Ahora valoro más el valor de la fe en su Persona.

Traigo a la memoria dos frases que dijo el P. Roberto: una, en el Monte de las Bienaventuranzas aludiendo al mensaje y a la persona de Jesús, comentó la ignorancia de entonces para reconocer a Cristo y la actual; otra, en la gruta o prisión que se cree que estuvo el Señor después del interrogatorio en casa de Caifás donde fue bajado con cuerdas a la cueva, en que dijo que no se puede reconocer a Cristo si no es mediante una vida de oración y mortificación.

Los tres lugares para peregrinar los cristianos son Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela; la ciudad del Rey David no tiene desperdicio. Puedo decir que he visto multitud de grupos de todos los países, con sus sacerdotes la mayoría al frente, también algunos Obispos acompañándoles; en fin, es la Iglesia que peregrina en este mundo y que ayuda a los cristianos que viven en minoría en el estado de Israel a que perseveren porque bien merece la pena visitarla una vez en la vida.

Era la 1.30 h. del 28 de marzo cuando el autobús llegó a Soria; los rostros estaban cansados por el viaje pero el espíritu está rejuvenecido debido a ese torrente de gracia que hemos recibido al peregrinar a Tierra Santa.

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Eloy Monteseguro

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